La senda de un viaje…
Todos los poemarios que he leído en mi vida conforman un viaje. Muchos: unos iniciáticos, otros como epílogos, quizás como meros caminos. Pocos: una anábasis. Un resurgimiento de lo profundo de uno mismo, Las Ciénagas lo es.
Es el reiterado regreso de las ciénagas, de las ausencias, de las máscaras y de los engaños, de los silencios y de las sombras, de los embrujos de la carne y de las apetencias, hacia el anhelo tranquilo de la calma y la contemplación de los cielos, de la ausencia de culpa trasmutada en anhelos, de la sacralización de las palabras y los sentimientos puros. De las emociones desnudas que Daniel Posse desgrana, a veces desvistiéndolas de palabras, cercenando artículos, y otras, orlándolas de bellísimas metáforas, esas por las que en sus versos florecen los lechos, la espuma deviene en coraje y las manos se hacen senderos.
No podría ser de otra forma, dado que la conciencia se compone de ellas, de metáforas y símbolos, por la que recreamos nuestro propio inconsciente. Volver al inconsciente, y volver a las ciénagas, al albur del deseo. Es, para todos, casi un designio, acordado y negado. Es, para todos, una cuestión de tiempo. Por más anábasis de que se trate (quizás es justo por ello), todos los viajes acaban siendo círculos. Ouróboros. Subir, resurgir, son formas de retornar. Vivir es esa otra forma de volver.
Desgranemos el camino vital, que se vuelve esencial hasta la ciénaga primigenia a través de los recuerdos erizados de versos, de imágenes, de palabras, con la solidez que se encarna y desvanece, al fin y al cabo, como designio único e inalterable, son los versos de esta ciénaga, la ciénaga de Daniel Posse.
Mario Peloche Hernández
Escritor
Extremadura- Cádiz- España
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