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Cuando atravesamos un desierto en nuestra vida y descubrimos que hemos sido transformados, que nuestro interior se ha renovado y que nuestra vida ha cambiado… entonces hemos florecido.

Yo lo descubrí esa mañana cuando observé que de aquella la flor lila se habían desprendido muchas pelusitas blancas. Como ellas, se sentía mi alma: liviana suave y blanca. Cada pelusita portaba una semilla, entonces entendí que debía dejarlas volar para que el viento las esparciera y pudiesen llegar a todos los corazones que hoy se encuentran atravesando desiertos. Esa semilla no encontrará agua en la sequedad del desierto, la encontrará en Aquel que dijo: Si conocieras el don de Dios y quien es el que te dice: dame de beber: tú le pedirías, y él te daría agua viva. (San Juan 4:10). Riega tu semilla con el agua de la vida que es “Cristo” y florecerás en el desierto.