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Modernizar la legislación laboral, actualizar las normas a las formas de trabajo del siglo XXI, no significa recortar los derechos de los trabajadores. Tal vez esta sea la conclusión más importante que deja la reciente aprobación de la ley de teletrabajo por parte del Congreso Nacional.

Mucho se ha insistido con una suerte de mandato de la tecnología, que supuestamente impulsa al mundo del trabajo hacia el fin de las relaciones asalariadas y la extensión de las formas autónomas. Lo que se viene, según esta mirada, es un mundo de individuos emprendedores que “son sus propios jefes” y que, por tanto, no les corresponde ninguno de los derechos que la legislación laboral erigió para disminuir las asimetrías propias de la relación capital-trabajo.

Las libertades de los trabajadores suelen ser utilizadas para calificar relaciones laborales como autónomas. Se alienta de este modo un proceso de fuga desde el empleo asalariado hacia el trabajo independiente. Este ensayo sostiene que la atipicidad en alguno de los elementos de la relación laboral no torna por si misma la relación en atípica y no asalariada.

Las nuevas formas de prestación amplían los grados de libertad de los trabajadores y limitan el poder de dirección de los empleadores pero la mutación obedece a un cambio de paradigma de organización del trabajo y su regulación debe preservar el carácter asalariado de las relaciones de empleo.

¿Significa esto que con la actualización normativa introducida por la ley de teletrabajo se ha modernizado la LCT? Este libro explora las implicancias de los cambios en la tecnología y las nuevas formas de organización del trabajo. Argumenta que la ley de teletrabajo es solamente la primera expresión de la necesidad evitar vacíos legales derivados de anacronías. Esas anacronías que derivan de los ritmos diferenciales que se observan entre la evolución de la tecnología y aquel de la regulación que establece las normas del juego en un mercado laboral cada vez más dinámico.