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El privilegiado momento, que esperó por eones, se hizo presente. Ocurrió en algún lugar del Universo hace 652 años. El núcleo interior de la estrella no pudo soportar el peso de sí misma. La presión pasó a ser insostenible para las leyes de la física conocida. Los átomos dejaron de bailar su errática danza para confinarse en un lugar sin espacio a una densidad casi infinita. Fue el punto de quiebre para la vida de la estrella Betelgeuse, su final. Ese fatídico instante sentenció su muerte y al mismo tiempo el nacimiento de un infierno explosivo que dio origen a una infinidad de partículas subatómicas sin masa, ni carga, los neutrinos. Mensajeros insensatos que escaparon cobardemente del peor evento explosivo que pueda ocurrir en los cielos, una Supernova.

Hoy, estos neutrinos viajan por el espacio libremente y presagian una amenaza letal sobre un lejano planeta que orbita en torno a una pequeña estrella. Esa estrella es nuestro Sol y el planeta en cuestión, la Tierra.