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En la historia de la humanidad, durante el periodo neolítico 10.000 años a.C., las sociedades establecieron un sistema de estratificación social acompañado de una ideología justificadora de la desigualdad. En la modernidad al no poder ser legitimado como en el pasado por la tradición y la religión, se estableció un nuevo relato privatista, empresarial y meritocrático que generó las condiciones para el surgimiento de los movimientos obreros que luchaban por sus derechos, a la vez que obligaba a las nuevas elites a hacer determinadas concesiones para ser reconocidas. Posteriormente la necesidad de cohesionar a las sociedades europeas devastadas como consecuencia de la segunda guerra mundial, la amenaza del comunismo y el convencimiento empresarial de que se podía lograr mayor productividad con mayor igualdad e intervencionismo estatal crearon las condiciones del Estado de Bienestar. Sin embargo, desde finales del siglo XX, los cambios en el proceso de acumulación globalizado, de las modalidades laborales y la desaparición de la Unión Soviética ente otros, posibilitaron el retorno de la desigualdad y la oposición a cualquier intervencionismo ajeno al mercado, ideas que hasta ahora no pudieron ser confrontadas pese a la fragilidad de sus argumentos, con una contrahegemonía en términos de Gramsci, por lo que resulta necesario explorar y establecer nuevas fórmulas de políticas sociales.