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El Oeste cordobés está habitado desde mucho antes de la llegada del español. La “conquista espiritual” se da ante la aparente falta de riqueza en oro o plata, un bien tan preciado por quienes cruzaron el océano Atlántico y se enfrentaron con un mundo tan viejo como el suyo, con su propia idiosincrasia e identidad.

La progresiva mestización originada a partir del encuentro de dos culturas tan diferentes, dio lugar a una asimilación de lo considerado como valioso gracias a las Sierras Grandes que se levantan cual inmenso telón. Al correrse, el viajero descubrió prístinos paisajes y seres humanos acostumbrados a vencer las más duras adversidades para sobrevivir a los embates del clima y el suelo como a reclamar lo que por derecho le pertenecía.

Gracias al ferrocarril, a principios del siglo XX, esa misma gente sintió la aceleración del tiempo y un cambio sustancial en sus hábitos cotidianos. Cuesta admitir, pero las conflagraciones mundiales, la Gran Depresión, el nuevo modelo de acumulación de capital y la hiperinflación, consecuentemente, dejaron su huella. El automotor no fue menos responsable de la pérdida de un medio revolucionario en materia de transporte. Sin embargo, hacia fines del siglo XX, el camino de las Altas Cumbres y la explotación de los terrenos fiscales cerrillanos se constituyeron en dos pilares de apoyo para una región que, aún en el presente, guarda como máxima aspiración el mantenerse en contacto con las principales urbes del país y del mundo.