Sentires. Rosalinda Urrizola Marti
“Serena lo recordaba muy bien; el cascarrabias de su padre no le permitía jamás que una puerta se dejase abierta.
Ella, de niña, no sabía si se trataba de alguna obsesión, o de una extraña costumbre; o si detrás de cada puerta cerrada se ocultaba algún tórrido secreto, algo que había que esconder de inmediato, antes de proceder a la suprema iluminación que significaba el hecho de aventurarse a abrir cada puerta; una y otra vez, golpear, esperar respuesta, abrir, pasar, cerrar.”
“Lorenzo salió al patio y respiró profundamente, aspirando con los ojos entrecerrados el aire fresco y húmedo de rocío.
Caminó lento hasta el lugar donde se encontraban sus plantas de tomate; tomó uno de los pocos frutos que aún quedaban, y allí nomás lo acercó a su boca, y lo saboreó como si hubiera de ser el último que comiera en su vida.”
“Entonces pensé que quizás podría sanar esa locura dejando que otros abrazos desconocidos me envolvieran. Y así, en cada noche, uno tras otro, en una vorágine casi suicida, iban embriagando con sus olores mis sentidos…”
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