Nuestro país arrastraba los escombros de la colonización de la corona española, quien se había apoderado de toda América. Esa metrópoli estableció prioridad al terror, la autocracia y la religión para gobernar las tierras que colonizó. La consecuencia, por vía de herencia, cuando éstas se liberaron del reino español, fue el establecimiento de gobiernos fuertes casi dictatoriales y que derivaron, ya más adentrado el siglo XIX, en estados fuertes, aún los más organizados.

Ese pasado recién lo pudo sortear con la Constitución de 1853, pero también el analfabetismo, herencia española, como instrumento de sojuzgamiento, de modo que las elecciones siempre caían en las personas más instruidas, y no en una oligarquía, como ciertos autores se empeñan en afirmar con la más absoluta demagogia. Elegían a los que habían estudiados las leyes e interpretaban la Constitución recién sancionada.
La Generación del 80 produjo transformaciones estructurales de importancia, como la educación sarmientina, federalización de la ciudad de Buenos Aires, construcción de dos puertos, agua corriente, la Ley 1420 de enseñanza laica que condujo a que los hijos e inmigrantes se educaran. Pero ya ingresados en el siglo XX ocurrieron hechos políticos a contramano de la Constitución, como el abandono de la educación de Sarmiento, adoptando la educación patriótica militar y la estatización del petróleo. Más tarde en 1912, se sancionó la ley electoral que otorgaba dos tercios al ganador y el resto para el segundo, abandonando a los partidos de menor caudal. Estas medidas convergieron en la revolución del 30, y luego de trece años de gobiernos fraudulentos, en el cuartelazo del 43 y en las elecciones del 46. Lo demás fue una historia de gobiernos autoritarios, de crisis sucesivas, cuartelazos, guerrillas y luego más populismo, que se acentuó en el 43 y nunca más se abandonó hasta nuestros días.