Cuatro ambientes. Gabriel Cabrejas
Los cuatro ambientes descriptos aquí son una extraña promoción para rentistas e inquilinos, porque se vende, y se compra, la dignidad de las personas, y es la resistencia a esta extraña operación del comercio emocional de corazones-raíces lo que sucede dentro de las escenas-propiedades. Esto puede predicarse de la mujer casada que se prostituye y su inesperado cliente, y, en una acrobática inversión, la situación entre cómica y dramática de la misma mujer, ahora cliente de otro inesperado servidor público (Escena del fin del mundo). De eso también habla la historia de tres hombres que se despiertan dentro de un útero tan absurdo que tal vez sea su propio interior (Tres mansos pumas), y el reflejo mitológico de una condenada al poder y por el poder, sobre el lastre infinito de una familia alienante y en una polis que nunca termina de construirse (Anémona). El monólogo final de una acusada a la pena máxima, que ha pasado por la máxima pena posible, y su abogada, no otra sino ella en rol de defensora, pero desdoblada en la soledad abismal de un destino evitable (Jueza aparte), cierra el paseo teatral-inmobiliario. Cuatro hogares acogedores e inhóspitos a un tiempo, y sus personajes repetidos e irrepetibles, excepcionales como cotidianos, llenan estas páginas iguales a grafitis en paredes móviles: las paredes de una gran ciudad dispuesta a presentarse y ser representada.
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